martes, 31 de enero de 2012

Arquitectura y cambio climático

A lo largo de la historia de la humanidad el proceso edificatorio se ha regido por un nexo común, que ha sido la utilización de materiales locales y adaptación al clima.  Material y clima definieron  la arquitectura a lo largo de los siglos dando lugar a  modelos optimizados a través de mecanismos de prueba y error. Ahora lo llamamos arquitectura rural, y empezamos a valorarlo como modelos de bioclimatismo.

Sin embargo nuestros  antepasados  no lo hacían porque se preocuparan de las emisiones de CO2 o el  cambio climático, que  no existía, sino porque utilizaban el sentido común. En los climas cálidos se protegían del calor mediante mecanismos de sombreamiento o técnicas de refrigeración evaporativa, mientras que en las regiones frías desarrollaban edificios compactos con huecos de reducido tamaño.

Arquitectura tradicional en Val Gardena (Italia)


Los sucesivos avances en los procesos industriales o en el  transporte en los últimos cien años redujeron los costes de fabricación permitiendo disponer un material a un precio competitivo en cualquier lugar. Esto ha ido globalizando el diseño arquitectónico, primero a nivel nacional,  y posteriormente  a nivel mundial. Podemos observar muchas veces diseños que se trasplantan  en hábitats hostiles como ovnis invasores sin ninguna relación con la cultura y tradición constructiva del lugar donde se ubican. Grandes despachos de arquitectura que han exportan sus diseños lo mismo a Shangai  que a Berlin o Barcelona buscando clientes en los que plasmar sus egos.

Todo esto no pasaría de ser un problema menor si sólo se redujera a cuestiones estéticas o éticas como la huella ecológica, pero el verdadero problema es que estas “arquitecturas ovni” son tremendamente ineficientes a nivel energético. Su diseño pasivo es tan inadecuado que se debe compensar con un gasto desmesurado en sistemas activos de climatización para alcanzar los niveles mínimos de confort.

Por otro lado podemos observar con perplejidad como las leyes del mercado distorsionan las más elementales reglas del sentido común. En un país con abundancia de piedra como España, se da la paradoja de que se importa piedra procedente de China. Este producto, puede ser barato en destino por el bajo coste de la mano de obra en el lugar de extracción pero conlleva unas cargas ambientales asociadas al transporte muy altas. Eso sin entrar a valorar la durabilidad de ese producto en un clima diferente en el que no se tiene experiencia, ni  los aspectos éticos sobre condiciones laborales en los países de origen.

Terminal de contenedores en Hamburgo (Alemania)


Si hablamos de escala de territorio,  el desarrollo urbano de la segunda mitad del siglo pasado, ha generado una gran concentración de población en las ciudades. Al abandonar el mundo rural el ser humano se aleja de los recursos naturales que usaba para construir sus viviendas y calentarse. Las ciudades además, alteran el clima y modifican las condiciones de ventilación, iluminación y climatización natural de las viviendas debido al efecto "isla de calor". Este proceso de urbanización se ha está desarrollando a ritmo imparable en Asia en los últimos 20 años con la aparición de nuevas potencias económicas en esa área, y es uno de los grandes retos de la sostenibilidad del planeta.

Nube de contaminación en Los Ángeles (USA)

Actualmente se calcula que el 30% de la energía mundial está asociada a la edificación tanto en la construcción como en el uso de los edificios. No fue hasta el año 1990 en que se estableció el protocolo de Kioto, cuando se es consciente de este problema. Por ello desde ese momento se empieza a ver la necesidad de revisar las normativas edificatorias con el objeto de reducir estas emisiones de CO2. En Europa, los edificios son responsables del 40% del consumo total de energía y del 36% de las emisiones de dióxido de carbono. Desde la arquitectura tenemos el deber ético de reducir los impactos medioambientales que el proceso constructivo causa al planeta.

Está en nuestras manos desarrollar edificios sostenibles, que consuman poca energía, utilicen materiales con procesos de producción limpios, y que no dañen la salud de sus usuarios. Algo tan sencillo y a la vez tan difícil de aplicar debido a las perversas reglas que rigen el mercado,  donde la especulación prevalece por encima de la función, la inmediatez sobre la reflexión y la vulgaridad sobre la belleza.

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